De Amador Fernandez-Savater

Amanecer tranquilo en casa, con nuestros cuatro “invitados”: B, T y sus hijos pequeños, que han creado un nuevo súper-héroe: el Señor Temblor. También se juega a los temblores para acostumbrarse a ellos.

Después de desayunar, nos organizamos para echar un vistazo y una mano en el centro de la ciudad. Vamos en coche a comprar alimentos y medicamentos y llevarlos a los “centros de acopio” del barrio de la Narvarte. Máximo pragmatismo, máxima eficacia en un grupo formado mayoritariamente por mujeres: en pocos minutos llenamos dos carritos (de gasas, de compresas, de insulina, de frijoles…) en un mall monstruoso y estamos de salida.

Por todas las calles de la Narvarte, un hormigueo de grupos, bicicletas, motos, furgonetas, camiones repletos de gente que van y vienen. Son las “brigadas”, lxs voluntarios. Lxs brigadistas dirigen el tráfico, ayudan en el desescombro, se la juegan entrando en los edificios a punto de hundirse para sacar documentos, preparan alimentos, llevan medicamentos, linternas, cuerdas, juguetes, prestan apoyo psicológico… La organización del hormigueo es un misterio, pero funciona.

Una pregunta: ¿dónde está la policía, el ejército, la administración? “No hacen más que estorbar”, dice alguien. Forman por ejemplo vallas de seguridad que impiden el acceso de los voluntarios, que son -recuerdo- quienes llevan los botiquines a los zonas de desastre. La verdad es que se les ve torpes, con pocas habilidades de cooperación, bloqueados si no hay órdenes, pesados y lentos.

“Lo único legítimo del Estado son los topos”, me dice alguien. Los topos son los equipos de rescatistas, creados después del terremoto del 85, muy profesionales, pero no asalariados (eso me cuentan).

El recuerdo del temblor del 85 es una constante en las conversaciones, entre quienes lo vivieron y quienes lo conocieron de oídas. Es una especie de huella latente que se activa hoy de una manera precisa: tenemos que hacernos cargo de lo sucedido, porque nadie lo va a hacer por nosotros. A los cinco minutos de caerse los edificios, ya había gente sacando personas de los escombros. Es quizá el gran mito mexicano (después de la revolución): el mito de la sociedad civil en acción.

Es impresionante lo que ha producido el Señor Temblor y no me refiero sólo a los edificios colapsados, sino a este desborde increíble de energía, solidaridad y autoorganización. México no es sólo la corrupción y la violencia que se ven en los medios. Es lo que me gustaría transmitir con estas notas.