Brigada Callejera: Sexo, revolución y cambio social

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por Raúl Zibechi
Brecha, 2 de noviembre de 2007

La alianza entre indios zapatistas, trabajadoras sexuales y travestis enseña la potencia del cambio social en clave cultural, anclado en la vida cotidiana. En México, uno de los eslabones fuertes del patriarcado y del machismo más prepotente, el subcomandante Marcos abrió las puertas al debate sobre la discriminación en un tema urticante.

¿Qué sentido tiene, en la lógica revolucionaria clásica, recorrer miles de kilómetros para reunirse en un remoto poblado con un puñado de putas y travestis? ¿Qué pueden aportar tales alianzas para potenciar la “acumulación de fuerzas”, tarea central de los políticos profesionales? Parece evidente que desde una mirada anclada en la relación costos – beneficios, semejante esfuerzo debe ser condenado por inútil. Sin embargo, el subcomandante Marcos se empeñó desde enero del año pasado en realizar ese tipo de encuentros en el marco de La Otra Campaña, en el entendido de que se trata de buscar nuevas formas de hacer política. Y que ello pasa por espacios alejados del mundanal ruido y con actores que, como los indios, entienden el cambio social como afirmación de la diferencia.

Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer es el colectivo mexicano que ha sido capaz, en los últimos 15 años, de tejer una amplia red de trabajo social con prostitutas y travestis, denominada Red Mexicana de Trabajo Sexual. Eso implicó superar el papel de víctimas y convertirse en sujetos que buscan ser reconocidos como trabajadores por sus pares y no como seres que han “caído” en el oficio más viejo del mundo por ignorancia, pobreza o sumisión. Un breve recorrido por sus emprendimientos revela la profundidad de un trabajo emancipatorio.

Educación, clínicas y condones

Una característica diferenciadora de la Red es que no quieren depender del estado, aunque le formulan constantes reclamos. Brigada comenzó su trabajo hace 15 años en base a un grupo de sociólogos egresados de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El pequeño núcleo incial –Elvira Madrid, Jaime Montejo y Rosa Icela– comenzó a tejer una red que hoy alcanza 28 estados de la federación. Con el tiempo eligieron trabajar de modo horizontal, pero no por motivos ideológicos. “El gobierno cooptó a muchas coordinadoras estatales, una práctica habitual en la cultura política de este país, y entonces vimos que lo mejor es el trabajo horizontal, de carácter asambleario y tratando de no tener representantes”, apunta Elvira.

La Red alentó a las mujeres a formar cooperativas para eludir la dependencia y hacerse dueñas de sus fuentes de trabajo. Alquilaron hoteles y repartieron las ganancias entre las socias. Los primeros fueron los travestis, quienes formaron la cooperativa Angeles en Busca de Libertad. “Los hoteles cooperativos funcionan en varios estados pero algunos fracasaron porque las socias terminaban reproduciendo los mismos patrones de conducta contra los que se estaban organizando”, comenta Rosa.

Pero el proyecto estrella, el más apreciado por las trabajadoras, son las clínicas. Ya funcionan dos en el Distrito Federal, son autogestionadas y gratuitas. Nacieron por la discriminación y la corrupción de los organismos estatales que sólo les extendían el carné correspondiente a cambio de una coima. Además, señala Elvira, “tenían temor de los análisis porque podía significar la pérdida de sus ingresos, ya que cuando una chica tiene sida hay gobiernos estatales que ponen su foto en los hoteles para que no les alquilen cuarto”. Por el contrario, en las clínicas de la Red los análisis son voluntarios y confidenciales, pero hacen siempre hincapié en la educación. “La mayor parte de las trabajadoras sexuales son analfabetas y muchas son indígenas. Por eso dedicamos la mayor parte de nuestros esfuerzos a la formación, a tal punto que la mayoría de las que participan en la Red son promotoras de salud para que hagan formación entre sus pares, que es mucho más efectiva”.

Las clínicas, una de ellas situada en pleno centro de la ciudad, en la misma “zona rosa”, hacen análisis de Papanicolau y colposcopias y también electrocirugías porque, como dice Rosa, “en México el virus de papiloma humano provoca más muertes que el vih”. Mientras los ineficientes hospitales públicos demoran hasta dos meses en atenderlas y hasta un año en hacer la cirugía, en las clínicas de la Red tienen los resultados en apenas una semana.

Las prostitutas y los travestis parecen entusiasmados con “su” clínica, a la cual a menudo llevan a sus parejas y algunas arrastran a sus clientes. “La parte principal de nuestro trabajo es el respeto, no cuestionamos por qué se infectaron sino que nos concentramos en educar para que no les vuelva a pasar, para que no sean pacientes, para que lleguen a ser activas en el cuidado de su salud”, dice ahora Elvira. La asistencia se completa con un programa de alimentación para las de menores recursos o que por alguna razón no puedan trabajar, un programa de apoyo escolar a sus hijos y otro para que las madres terminen la escuela.

Los proyectos de la Red se financian con el “mercadeo social de condones”. Los preservativos se venden a precios diferenciales según la capacidad o el compromiso de los consumidores, y representa el 85% de los ingresos de la Red. No tienen asalariados y los únicos que cobran por su trabajo son los médicos. “No estamos de acuerdo con el trabajo sexual, pero existe y va a seguir existiendo. Y mientras tanto tenemos que hacer algo. Fuimos un grupo abolicionista pero luego vimos que no se trataba de salvar a nadie sino de trabajar juntos”, interviene Jaime. Para las que buscan otras alternativas, han creado un área de proyectos productivos entre los que destacan artesanías, producción y venta de ropa, y condonerías. Aunque algunos proyectos se han mostrado inviables, en la medida que las familias colaboran consiguieron que dos tercios de los emprendimientos sigan en pie.

Un manual en la selva

En 2004, los miembros de Brigada Callejera entraron en contacto con el Colectivo de Salud para Todos y Todas, estudiantes universitarios que coordinan proyectos de salud en los municipios autónomos zapatistas en Chiapas. Durante dos años trabajaron con un grupo de promotores de salud de las comunidades, indígenas designados por sus vecinos para especializarse en la asistencia sanitaria. “Uno de los primeros retos fue romper el miedo a las supuestas resistencias culturales (de los indios) sobre el tema de la anticoncepción, los derechos sexuales y las infecciones de trasmisión sexual”, relatan.

Durante esas consultas y talleres decidieron los temas que abordaron luego en la elaboración de un manual de largo y denso nombre: La Otra Campaña de Salud Sexual y Reproductiva para la Resistencia Indígena y Campesina en México. A lo largo de 270 páginas, este texto repleto de ilustraciones destinado al trabajo con mujeres indias, recorre temas habituales como anatomía y fisiología de los órganos de reproducción, uso de anticonceptivos, embarazo, infecciones de transmisión sexual y otras enfermedades. Y también hablan de aborto, aunque los catequistas lo condenan. “Samuel Ruiz, un hombre muy cercano a los indígenas, cuando los zapatistas despenalizaron el aborto recorrió las comunidades diciendo que es crimen”, recuerda Jaime.

Pero hay módulos embebidos de diversas corrientes de salud alternativa. Uno de ellos está dedicado a la “autonomía corporal de las mujeres”, que pasa por la educación para prevenir enfermedades, elegir cuántos hijos quieren tener y al disfrute de la sexualidad (un tema casi tabú entre los indígenas). La autonomía del cuerpo supone, según este manual, la exploración de los sentidos, la conexión con el lenguaje corporal y las diferentes reacciones del cuerpo en situaciones extremas. Exploraciones que pasan por masajes colectivos y automasajes estrechamente vinculados a una concepción holística de la salud y la curación.

La elaboración de este manual supuso vencer no pocas resistencias. En cuanto a la planificación familiar, aparecieron tres, bien diversas, vinculadas a experiencias concretas de las comunidades: los esquemas gubernamentales de planificación familiar de carácter represivo y autoritario; la prohibición religiosa de la anticoncepción; y “la postura guerrillerista de poblar la tierra con cada hijo guerrillero”. Desde tres ángulos diferentes, las tres pasaron por alto la voluntad de las mujeres. El manual se está utilizando por los cientos de promotores que trabajan en decenas de clínicas construidas por los zapatistas, en más de una década, en las mil comunidades que los apoyan.

En contra de lo que pensaban al comienzo de su trabajo, cuentan Elvira y Rosa, las mujeres de las comunidades de la selva Lacandona estaban ávidas de anticonceptivos. Y poco a poco se van abriendo a otros temas. “Nosotras trabajamos la promoción de salud sexual y reproductiva como una práctica de libertad y no como imposición o prohibición. Por eso también trabajamos el respeto a las personas homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgénero. No es fácil, pero se empiezan a ver parejas de chicos caminando de la mano en su comunidad. O mujeres que toman la decisión del divorcio cuando antes del zapatismo eran los padres los que les elegían marido. Esto es cambio social, y vaya qué cambio”.

¿Pueden los travestis cambiar el mundo?

¿Y los indios? Hace siglo y medio uno de los fundadores del llamado “socialismo científico”, que era en realidad un romántico empedernido, escribió que los proletarios podían cambiar el mundo porque no tenían nada que perder “salvo sus cadenas”. Hoy, los herederos de aquellos proletarios se muestran remisos a la hora de perder privilegios como el trabajo fijo y la jubilación, y rechazan pagar impuestos.

En este sentido, el propio Marcos da una pista en su epílogo del manual, al desnudar cómo la alianza entre salud y sexo es uno de los núcleos duros del control social. “El capitalismo convierte la salud en una mercancía y los administradores de esa salud: médicos, enfermeros, enfermeras, y todo el aparato de hospitalización o de distribución de la salud se convierte también en una especie de capataz de ese negocio y convierten, en efecto, al paciente en un cliente al que hay que sacarle lo mayor posible de dinero sin que esto implique necesariamente que va a tener más salud”. No parece casualidad que, en ese camino por romper dependencias, los zapatistas se hayan topado en el terreno de la salud con prostitutas y travestis organizados, grupos que se han visto forzados a tomar en sus manos el control de la salud. Así mirados, unas y otros pertenecen a la categoría de los “desechables”, que apenas tienen cadenas, materiales y simbólicas, que perder.

Cuestión de Encanto

La venta de condones es la principal fuente de financiación de los diversos proyectos de la Red Mexicana de Trabajo Sexual. La elección del tipo de preservativo, así como el diseño y la elección del nombre, corrieron por cuenta de prostitutas y travestis, como forma de apropiarse del instrumento de trabajo y protección.

“Cuando empezamos con el programa de prevención del sida –recuerda Elvira– nos dimos cuenta que el precio era el principal problema. Para las mujeres mayores gastar 25 pesos [US$2,50] en un condón era invertir casi todo lo que cobraban del cliente”. Primero buscaron donaciones del estado, que a través del organismo dedicado a la lucha contra el sida (Censida) les donaba 60 mil preservativos todos los meses. “Pero cuando empezamos a denunciar casos de corrupción nos bajaron a 3.600 condones”.

Comenzaron a visitar diversos distribuidores y fabricantes y se encontraron que, al revés de lo que indican las supuestas leyes del mercado, al comprar en cantidad los precios aumentaban. Contactaron con un fabricante que aceptó venderles al mismo precio que a las farmacias y demás distribuidores. “Casi nos caemos de espaldas. Nos vendía el condón a 75 centavos pero en las farmacias lo venden a 12 pesos, o sea 15 veces el precio de costo”, dice Elvira.

La Red comenzó a distribuir los condones a un peso, y con es ganancia consiguen subvencionar casi todos los emprendimientos, pero en particular las clínicas que consumen el grueso de sus recursos. “Antes de ponerlo en venta hablamos con las compañeras, hicimos talleres para ver cómo lo querían, porque había condones que olían muy mal, o irritaban porque contenían sustancias dañinas. Ellas mismas le pusieron el nombre El Encanto, en un proceso de debate de tres meses donde cientos de trabajadores y trabajadoras sexuales elegieron entre 20 nombres”. El nombre debía ser atractivo para el cliente y para ellas mismas. Actualmente venden tres millones al año.

Pero las travestis (las vestidas como las denominan aquí), decidieron no usarlo porque no se ajustaba a sus necesidades. “Decían que es muy fino y tenían razón, porque estaba diseñado para uso vaginal y se les rompía”. Consiguieron un condón más fuerte y con más lubricante e iniciaron el mismo debate que con las prostitutas. Finalmente decidieron poner en el sobre el arco iris que representa la diversidad sexual y un triángulo rosado. “Eligieron el nombre Triángulo porque es el símbolo con que los nazis estigmatizaba a los homosexuales y de ese modo lo adoptaron como homenaje”, dice Elvira.

Con el condón femenino fracasaron. Hace varios años comenzaron a importarlo desde Inglaterra hasta que una empresa transnacional descubrió que el mercado mexicano estaba creciendo y les quitaron la distribución. En efecto, se trata de un mercado muy monopolizado. “Mientras en el mundo existen 67 fábricas de condones, hay una sola de condones femeninos. Tendremos que esperar a que aparezca la competencia”, ironiza Elvira.

El Encanto tiene en el subcomandante Marcos a su anunciante más célebre. En México existe una larga experiencia de “ferias del condón” y “condonerías”. El noviembre de 2005 se celebró en la céntrica plaza del Zócalo, la 50ª. Feria Nacional del Condón y en varios estados se realizan ferias locales de carácter anual que recogen fondos para las organizaciones vinculadas al trabajo sexual. Hace poco tiempo estrenaron la primera “condonería virtual” que puede visitarse en www.elencantodelcondon.com.

Día Nacional del Trabajo Sexual
Contra la violencia sexista

Los crímenes y agresiones contra trabajadores sexuales son cosa de todos los días. El 11 de julio de 2006 un grupo de militares violó a 14 bailarinas en Castaños, Coahuila, sin que hasta ahora se haya castigado a los responsables. En el barrio La Merced, México DF, en sólo 15 días de julio del año pasado fueron asesinadas cuatro trabajadoras sexuales.

Al conmemorarse el primer aniversario de la violación masiva de Castaños, la Red Mexicana de Trabajo Sexual comenzó a celebrar el Día Nacional del Trabajo Sexual como forma de llamar la atención sobre la violencia y discriminación que sufren las prostitutas y los travestis. Un informe de la Red manifiesta su rechazo a las “zonas de tolerancia” implantadas en varias ciudades, ya que “son un sistema de control que legitima la explotación sexual, económica y psicológica de menores y adultas vinculadas al sexo comercial”. Sin embargo, la Red asegura que luego de siete años de monitoreo encontró que entre las principales violaciones a las trabajadores sexuales se encuentran las desapariciones forzadas y los secuestros de sus hijos que son explotados sexualmente.