De como los punks resistieron la repression en la Ex Alemania Oriental
“Recuerdo haber visitado Berlín Oriental a principios de 1980, donde vi a un par de punks en las calles y pensé que tenían que ser muy valientes para vestir ropa rasgada, imperdibles de metal y peinarse el pelo en puntas, cuando el régimen quería que todo el mundo desfilara con uniforme de joven socialista.
Pero,¿Cómo podría la policía secreta lidiar, o si quiera comprender, algo como el punk?
Alexander Kuehne fue uno de muchos jóvenes que se arriesgaban a disfrutar de la música que les gustaba.
Los archivos contienen grabaciones de las reuniones de la Stasi donde el jefe Erich Mielke trataba de entender, y pronunciar, estos conceptos totalmente desconcertantes como el punk y el heavy metal.
Entonces me las arreglé para localizar a Jürgen Breski, un oficial de la Stasi que le ordenaron monitorear e infiltrarse en el ambiente punk.
Accedió a reunirse conmigo en un rincón discreto de un restaurante de la ciudad y decirme lo que sus jefes le ordenaron.
«Ellos querían que les hiciera asimilar a esta gente un estilo de vida socialista, así que tratamos de combatir cualquier cosa que no pertenecía a eso», dice.
«El objetivo era controlar ‘la escena’ a medida que se expandía, para evitar que se volviera demasiado conocida».
Al final, la Stasi hizo lo que siempre hacía, reclutar tantos informantes como fuera posible.
Otras tácticas incluían citar a miembros de bandas ilegales al servicio militar obligatorio y enviarlos a diferentes partes del país: «De pronto, la banda no tenía músicos», dice Breski.
Pero muchos estaban decididos a resistir
Algunos sospechosos de escuchar música occidental fueron seguidos secretamente por la Stasi (1969).
Dirk Kalinowski, de la banda de punk Zerfall, me contó cómo la Stasi puso una fuerte presión sobre él y su banda.
Sobrevivieron como artistas gracias a una alianza extraordinaria con una iglesia de Berlín que les dio refugio. Las autoridades de la RDA, despiadadas en su mayoría, no se sentían cómodas atrayendo atención internacional por interferir directamente con actividades de la iglesia.
La iglesia, dice Kalinowski, era un «espacio protegido».
«Podían detenerte nada más al pararte frente a la puerta o al salir. Pero dentro estabas a salvo», recuerda.
Así que su banda, vetada de los recitales regulares, pudo tocar en medio de los servicios religiosos evangélicos. El pastor hacía una pausa y luego pedía a su congregación, en su mayoría ancianos, escuchar algo un poco diferente.
El Museo de la Stasi en Berlín tiene algunos recuerdos de la persecución a los punks de la Alemania Oriental.
«Fue loco», recuerda Kalinowski.
«Como vocalista pude ver justo a las caras de la congregación que estaba totalmente sorprendida. Los únicos relajados fueron los niños que saltaron de inmediato. Jamás lo olvidaré, eso y una pareja de ancianos que se taparon los oídos y se fueron».
Una iglesia también facilitó otro concierto extraordinario, cuando el productor musical británico Mark Reeder llevó a una banda de punk de Alemania Occidental, Die Toten Hosen, para tocar al otro lado del muro.
«Les dije a mis amigos, ‘Si me atrapan, me sacarán del país. Cuando te atrapan tu vida cambia porque se te clasifica como enemigo del Estado'», recuerda Reeder.
«Me dijeron: ‘No nos importa, lo haremos de todos modos'».
Campino, el cantante de Die Toten Hosen, recuerda que la banda se disfrazó para pasar por los controles fronterizos entre Berlín occidental y oriental: «Nos tuvimos que peinar, y vestir ropa tradicional».
Sabía por qué las autoridades de Alemania Oriental los detendrían si los reconocieran. «El rock punk no existía oficialmente del lado oriental, y no querían que se propagara el virus de ninguna manera», dice.
Solo unos 25 pudieron llegar al concierto secreto en una iglesia del este de Berlín. Sin embargo, «todos en la sala sabían que eso era algo muy especial y tal vez no volvería a ocurrir».
Mark Reeder antes de la caída del muro de 1989.
Estaba muy impresionado, dice, con la forma en que los jóvenes alemanes orientales crearon su propio espacio cultural, a pesar de -o quizás debido a- toda la presión del régimen.
«Tenían una clase de orgullo, una creencia. Decían ‘tú en Occidente tienes la mejor ropa, la moda, todas esas cosas. Pero nosotros tenemos amistad y nos ayudamos unos a otros y no somos superficiales'», dice.
Su camaradería «significaba más porque tenían que pagar un precio más alto por todo lo que saliera mal».
Así que esta increíble vida musical valía la pena, era la banda sonora de un tipo de libertad que pocos pensaron que fuera posible.
Sí, los regímenes podrían imponer todo tipo de restricciones. Pero aun así los melómanos crearon espacios libres, un estado de ánimo único en una Europa dominada por el comunismo.
Desde mediados de la década de 1980, cuando un nuevo líder en Moscú, Mijaíl Gorbachev, comenzó a aflojar el control soviético sobre la Alemania Oriental, la música occidental resonaba cada vez con más fuerza en los alrededores del muro de Berlín.
En 1987, nada más y nada menos que una figura como David Bowie tocó justo en el muro del lado occidental.
Bowie, una estrella mundial que había vivido en Berlín, conocía bien la atmósfera surrealista de la Guerra Fría y la energía musical. Y sus seguidores en el Este se reunieron cerca del muro para tratar de escuchar.
Para el entonces joven jefe adjunto de la policía de Berlín oriental, Dieter Dietze, esto planteaba un dilema profesional y personal.
Él sabía que una brutal respuesta de la policía -como la que hubo contra los que habían acudido al llamado para ver a los Rolling Stones en 1969- podría ser contraproducente.
Y como un fan mismo del rock, que en otro tiempo tocaba en una banda, me dijo que tenía mucha simpatía con los jóvenes.
Pero los jefes de la RDA querían orden por encima de todo.
«Estaba claro para mí que la música, el rock, pertenecía a los jóvenes, que no había manera de que se les pudiera negar», dice
Extracto de: https://www.animalpolitico.com/2017/07/punk-heavy-metal-stasi-muro/