Tomado del fanzine estadounidense Maximum Rocknroll
Traducción por Sandro “Dogma” Casas y Sonia “la Perra” Serna*
El punk no nació, el punk es. ¡Hijos de puta!
Podría decirse que el origen de la escena punk en Lima, Perú, corresponde a una amenaza de ataque a un país que, de hecho, ya estaba siendo atacado. La imagen de una estrella de rock flotando enloquecida sobre el horizonte de una sobrecogida ciudad adornaba un afiche de finales de 1984 que titulaba: “Rock subterráneo ataca Lima”.
Con ese afiche, diseñado por Leopoldo de la Rosa, bajista del rítmico y ruidoso trío Leusemia, y que era conocido como Leo “Escoria”, se anunciaba un concierto con las primeras bandas subterráneas (como Narcosis, Guerrilla Urbana y Autopsia, entre otras). Los punks peruanos, a diferencia de los punks en otras partes de la América hispanohablante, se habían agrupado bajo el rubro “rock subterráneo”, a lo que siguió la creación de una identidad subcultural conocida como “subte”, que connota la especificidad de lo que significa ser un punk en Perú mejor de lo podría hacerlo el término punk genérico o algunos de sus hijitos (como hardcore, post-punk, pop punk, etc.). El término inconscientemente llama la atención sobre una relación ambigua entre lo “subterráneo” y lo “subversivo”, es decir, sobre la participación en una subcultura musical subterránea versus la participación en políticas subversivas. La escena punk peruana, después de todo, agarró fuerza en el contexto de la guerra civil entre el estado autoritario del Perú y Sendero Luminoso, un grupo militante de inspiración maoísta que estuvo muy cerca de derrocar al estado, pero que comenzó a desmoronarse en 1992 cuando su líder, Abimael Guzmán, fue capturado.
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